
El nacionalismo argentino entre la identidad y la contradicción: una mirada política, psicológica y sociológica
Por Luciano Delgado Sempé
En la Argentina contemporánea se observa una paradoja profunda: una sociedad que se declara fervientemente nacionalista, malvinera y orgullosa de su identidad, pero que en las urnas acompaña a proyectos políticos que abren la economía, subordinan la política exterior a los Estados Unidos y permiten el avance del Imperio Británico sobre las Islas Malvinas, el Atlántico Sur y la Antártida Argentina.
Esa desconexión no es solo una cuestión electoral: es el reflejo de una crisis cultural, emocional y representativa que atraviesa al pueblo argentino y que puede analizarse desde distintas dimensiones.
La dimensión política actual, el voto entre el desencanto y la identidad.
Desde lo político, el problema radica en una crisis de representación. El pueblo argentino mantiene un fuerte apego simbólico a la patria, pero vota con el bolsillo y la bronca, no con la conciencia soberana. La urgencia económica, la inflación y la desconfianza hacia la dirigencia pesan más que las convicciones doctrinarias.
Así, el nacionalismo se vuelve emotivo, pero no programático: se siente, se canta y se honra en fechas patrias, pero no se traduce en una estrategia política coherente.
La política liberal y de derecha logra capitalizar el descontento prometiendo “orden” o “libertad”, aunque esas promesas impliquen dependencia y entrega y aún así el orden y la libertad prometida no se vean en el horizonte; mientras que las fuerzas nacionales y populares parecen haber perdido la capacidad de conectar ese amor por la patria con un proyecto tangible de justicia social y soberanía.
Dimensión psicológica: la disonancia cognitiva del ser argentino
Desde la psicología social, puede entenderse como un caso de disonancia cognitiva colectiva. El argentino se ve a sí mismo como patriota, rebelde, orgulloso de su historia, pero se siente impotente ante el deterioro cotidiano, al cual lo considera algo inevitable y propio de la identidad de la Nación.
Esa impotencia genera frustración y, ante la frustración, la identidad busca consuelo en lo simbólico: la bandera, el himno, las Malvinas. Sin embargo, al momento de decidir políticamente, predomina el miedo: miedo a la pobreza, al caos, a repetir errores.
Así se vota en contradicción con lo que se siente, buscando estabilidad aunque ello implique resignar soberanía.
La identidad nacional queda entonces dividida: un “yo argentino” lleno de orgullo, y un “yo electoral” cargado de temor y resignación.
Dimensión sociológica: medios, desarticulación y pérdida de horizonte colectivo
En el plano sociológico, esta desconexión se profundiza por la hegemonía cultural global, que moldea valores individualistas y admiración por modelos de éxito importados y totalmente ajenos a la idiosincrasia local. Los medios masivos y las redes sociales difunden un discurso despolitizado, donde la soberanía y la independencia económica desaparecen de la agenda.
A esto se suma la fragmentación social: distintas realidades económicas y culturales conviven sin un relato nacional compartido. El patriotismo se vuelve un recuerdo, no un proyecto.
El peronismo y su crisis de representación
Aquí aparece el punto crucial:
¿Por qué el peronismo, siendo el movimiento político con doctrina nacional, popular y soberana —el que hizo de la independencia económica y la justicia social sus banderas—, no logra transformar el amor por la patria y por las Malvinas en votos?
Hay múltiples causas:
▪︎ Doctrina del futuro, rostros del pasado
El peronismo posee una doctrina moderna, profundamente humana y social: propone la comunidad organizada, la soberanía política y la independencia económica. Sin embargo, muchas de sus conducciones no logran encarnar esos valores en el presente.
Mientras la derecha muestra caras nuevas con ideas viejas, el peronismo muchas veces ofrece caras viejas con una doctrina del futuro, desconectadas de las nuevas generaciones, sus códigos culturales y sus lenguajes.
▪︎ Falta de federalismo y apertura
Tomar decisiones entre “cuatro dirigentes” en Buenos Aires, sin incluir a las provincias, a los movimientos sociales ni a las economías regionales, refuerza la imagen de un peronismo cerrado sobre sí mismo, ajeno a la microeconomía real que sufre el trabajador, el pequeño productor y el comerciante.
▪︎ Pérdida de conexión emocional
El peronismo del siglo XX logró emocionar al pueblo: representaba esperanza, dignidad, ascenso social. Hoy, en muchos casos, transmite gestión, no emoción. Y la gestión, en algunas oportunidades ha sido cuestionable.
Mientras la derecha comunica deseo y pertenencia, el peronismo comunica planillas y cargos. El resultado: una doctrina poderosa, pero mal contada o peor aún, olvidada por quienes pretenden utilizarla para el ascenso al poder.
La desconexión entre el sentimiento nacionalista y el voto soberano es el reflejo de una crisis cultural y representativa.
El amor por la patria sigue vivo, pero está huérfano de conducción emocional y política.
El desafío del peronismo —y de todo proyecto nacional— es reencarnar la doctrina en nuevas formas, con coherencia, humildad y cercanía con el pueblo real.
Cuando el discurso vuelva a encontrarse con el ejemplo; cuando el dirigente viva como predica; cuando el amor por las Malvinas se vincule con la defensa de la industria, el trabajo y la justicia social, la doctrina nacional volverá a ser mayoría.
Hasta entonces, la derecha seguirá ganando con viejas ideas vestidas de novedad, mientras el movimiento que nació para construir el futuro mira al pasado desde el espejo retrovisor.